Cuando apenas se habían disipado los ecos de la conferencia 125 Años del Palacio de Capitanía, volvimos, el 23 de noviembre de 2018, al Salón del Trono, de este bello edificio de la capital aragonesa, para disfrutar en esta ocasión de un magnífico concierto que la Casa de Ganaderos organizó con motivo de su 800 aniversario. Este evento musical era el séptimo de un ciclo de ocho conciertos, iniciado en el mes de marzo, con el que Casa de Ganaderos ha querido celebrar sus ocho siglos de existencia 1218-2018, que la convierten en la empresa más antigua de España.
Con un enfoque original, cada uno de estos conciertos ha sido dedicado a un siglo, en cada uno de ellos se ha interpretado música de la época, y han sido realizados a su vez, en edificios singulares representativos del siglo al que hacían referencia, siendo el primero de ellos el acontecido el 19 de marzo, celebrado en el monasterio de Santa Catalina, (Clarisas), del siglo XIII.
El evento había despertado gran interés y el Salón del Trono se quedó pequeño para acoger al numeroso público e invitados que nos habíamos dado cita para disfrutar de tan magnífica ocasión.
Se inició el acto con la intervención del Director de la Fundación Casa de Ganaderos, Armando Serrano Martínez, quien agradeció en nombre de la entidad, a todo el personal de la Comandancia Militar de Zaragoza y Teruel, las facilidades que les habían dado desde el primer momento para la organización del concierto, y añadió, “ni en nuestros mejores deseos hubiéramos imaginado que tendría este éxito”.
A continuación tomó la palabra el Coronel Luis Antonio Quintas Gil, Jefe del Órgano de Apoyo al Comandante Militar de Zaragoza y Teruel, que se encontraba en la sala, y dijo lo siguiente: “Esperamos que este marco incomparable sea digno del concierto que hace ya un año solicitó la Casa de Ganaderos para celebrar su 800 aniversario. Para nosotros es un placer y estamos contentos porque no es la primera vez que en este salón se realizan conciertos de este tipo. Somos acogedores de cualquier iniciativa, incluso privada, cuando la música quiere entrar en el Palacio de la antigua Capitanía General de Aragón“.
De nuevo retomó la palabra Armando Serrano, ahora para presentar al próximo interviniente, Gabriel Sopeña, acerca del cual dijo lo siguiente: “iniciamos hoy el siglo XIX, en un edificio del siglo XIX, y para abrirnos la ventana a esta época contamos, y la verdad es que es un lujo, con Gabriel Sopeña pues no habría nadie mejor que él para hacer la presentación de este concierto. En su persona reúne las dos facetas que hemos querido unir en este ciclo, la historia y la música.
Es Doctor en Historia, profesor en la Facultad de Filosofía y Letras, y sobre todo músico“.
“Gabriel Sopeña creó el grupo El Frente que, a pesar de las excelentes críticas que tuvo, nos sorprendió su disolución. El Frente dio paso a una excelente carrera en solitario en la que durante años ha colaborado con Héroes del Silencio, Loquillo, José Antonio Labordeta, María del Mar Boné, Manolo García, y muchos más. Ha versionado, entre otros, poemas de Ibn Arabi, Vazquez Montalbán, y les ha puesto una música maravillosa que se ha publicado en disco-libros“.
“En el año 2017 publicó su segundo disco en solitario, llamado Sangre Sierra. También ha adaptado musicales como el de Juana de Arco y ha entrado en la vida de todos nosotros creando sintonías tan cercanas y familiares como la de Aragón Radio“.
Intervino a continuación Gabriel Sopeña y les ofrecemos a ustedes, queridos lectores que nos siguen, el siguiente resumen de su alocución: Después de un capítulo inicial de salutaciones y agradecimientos, recordó que en 1868 se había promovido desde la zaragozana Sociedad Económica de Amigos del País la realización de una exposición, a la guisa de los grandes certámenes europeos, que iba a ser llamada la primera exposición de carácter comercial que se celebró en España.
El recinto se hallaba justo allí donde nos encontrábamos, estaba compuesto por un edificio principal de cinco mil metros cuadrados y cuatro construcciones anexas rodeando una glorieta que, en última instancia, va a dar lugar a lo que actualmente es la Plaza Aragón.
En 1874 los lados de la glorieta se convirtieron en solares edificables y, precisamente, esta Capitanía fue construída en el lapso 1879-1894, en aquella antigua glorieta de Pignatelli. Hubo un viajero por España, de origen escocés, Sir Charles Bogue Luffman, que en su libro, Un vagabundo en España, publicado en 1893, dijo lo siguiente: “Visité el café Ambos Mundos, reputado como el más grande del mundo, (que en realidad significaba el mundo de Zaragoza). El salón, espléndidamente equipado e iluminado con electricidad es de doscientos cincuenta pies, por doscientos. Es un sitio maravilloso y, cosa aún más maravillosa, económico. Si una taza de café cuesta normalmente cinco peniques en el establecimiento más barato, aquí, en este salón magnífico, se puede tomar uno muy bien servido por dos míseros peniques. Un poco más adelante, Santa Engracia se abre en un círculo de casas vistosamente adornadas y rodeadas de jardines llenos de las flores más selectas. El panorama se parece al que se tiene en el Arco del Triunfo mirando los Campos Eliseos, pero en lugar del arco se alza una colosal estatua de Pignatelli“.
El comienzo del siglo XIX fue devastador para esta ciudad. Unos 54.000 muertos, entre los asedios de 1808 y 1809, es lo que daba inicio a un período de muy lenta recuperación de los estragos que provocó la guerra napoleónica en nuestra ciudad.
El progresismo social de la burguesía en Zaragoza, unido a la implantación de políticas económicas liberales en un siglo especialmente convulso como es el XIX español, con una restauración y con muchas piedras en el camino, hallaron una solución trascendental a estas políticas liberales en las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos que todos ustedes conocen .
Por un lado la de Juan Álvarez Mendizabal, en 1835 y 1836, y por otro la de Pascual Madoz en el año 1855. Con estas medidas , como es público y notorio, las tierras y otros bienes clericales se concentraron precisamente en las manos de esa burguesía liberal que amasó grandes fortunas, como también es bien sabido.
Pero nos interesa sobre todo destacar la segunda gran consecuencia de las desamortizaciones, como fue la búsqueda de usos civiles para los grandes edificios expropiados a la iglesia. En 1837, el ayuntamiento adquiere el convento de Santo Domingo para instalar su sede, hasta entonces situada junto a la Lonja y el puente de Piedra. La recién creada Diputación Provincial, en la década de los 30, adquirió el de San Francisco, muy deteriorado por los ataques napoleónicos, en la esquina que ahora ocupa la Diputación Provincial. El patrimonio artístico de ambos enclaves desamortizados irá a parar, para ser custodiado, en el viejo convento de Santa Fé, que es el embrión de lo que será el futuro Museo de Zaragoza.
Los libros de ambos enclaves compondrán una muy coqueta y selecta biblioteca que será guardada muy celosamente en el Seminario de San Carlos. En este momento, coincidiendo con la recuperación económica impulsada por las políticas liberales, Zaragoza iba creciendo en población, pero no sin esfuerzo. En 1832 se volvía, aproximadamente, a los cincuenta mil habitantes que había en 1808, pero la epidemia de cólera, en 1834, dejó un terrible saldo de 1261 fallecidos en esta ciudad que se estaba recuperando todavía de las terribles heridas de la contienda.
En 1857 ya había 63.446 almas, y 89.222 nuevos hogares se computaban en 1877. Ya en 1900, el último año del siglo, se andaba frisando los 100.000 habitantes.
El crecimiento demográfico va a impulsar un cambio en el urbanismo de la ciudad, sobre todo a partir de los años 30 y, por supuesto como resultado de la disponibilidad de suelo generada por las desamortizaciones.
Pero Zaragoza no se va a ensanchar, no va a crecer todavía a lo ancho. En 1833 se proyecta lo que se llamó entonces el Salón de Santa Engracia que, desde 1860, pasará a ser llamado como todos lo conocemos, Paseo de la Independencia. Pues bien, ese Salón de Santa Engracia significaba, ni más ni menos, que la ciudad se asomaba a los montes de Torrero, a través del paseo de su nombre, hoy de Sagasta. El futuro Paseo de la Independencia, así como la futura plaza Aragón ya estaban pensados a principios del siglo XIX y van a marcar de una manera indeleble el plan urbano de Zaragoza. En 1835 se creó la plaza de la Constitución, la actual plaza de España, y en 1857 se reordena la calle Don Jaime I, una calle que seguía teniendo el mismo trazado que en época romana o medieval. En 1868, como colofón, se abre la calle Alfonso I, que va a suponer la primera zonificación social en las calles de Zaragoza porque allí la burguesía mercantil construyó sus casas y a allí llevó sus negocios. En los años siguientes se convertiría en una calle completamente comercial. Previamente a eso no había aquí una zonificación pero sí predominaba el comercio de la ciudad, sobre todo en los alrededores de la Torre Nueva, donde estaba la Tertulia del Comercio, que posteriormente sería Casino Mercantil. La recién ordenada calle Don Jaime I, todavía conserva la antigua Casa Lac, de 1825, y la confitería La Flor del Almibar, de 1856.
Estas grandes arterias, Salón de Santa Engracia, calle Alfonso, calle Don Jaime, son un símbolo de la burguesía, un escaparate, pero cumplían también una función muy europea y muy en boga en esa época, que era fundamentalmente sanear el gigantesco laberinto de callejas que venían heredadas de la antigüedad y del medioevo, en una época asolada por las propias epidemias. De tal manera se tomó la feliz iniciativa de inaugurar el nuevo Cementerio Municipal de Torrero, asignando una zona a cada parroquia de la ciudad.
Eso fue el 5 de julio de 1834 justo diez días antes de la primera de las cuatro devastadoras epidemias de cólera que iban a asolar toda España. Las consecuencias sanitarias hubieran sido evidentemente catastróficas de no haber existido la oportunidad de la creación de este nuevo camposanto.
En idéntico sentido podemos señalar otras cuestiones como la primera guardia municipal, los Serenos, y el primer Cuerpo de Bomberos, en 1833, que eran avisados por el reloj de la Torre Nueva. El número de campanadas les indicaba el lugar al que tenían que acudir. Una campanada si era en el barrio de La Seo, cuatro si era en San Miguel, once si era en Santa Engracia…
El año 1836 es interesante porque se inicia el empedrado de las calzadas, y en 1837 hay una gran novedad. Zaragoza era una ciudad muy poco iluminada. En las crónicas de viajes del siglo XIX se habla de una ciudad muy oscura en relación a otras ciudades.
los viajeros que venían aquí, se sorprendían de lo oscura que era esta ciudad. Pues bien, se comienza por parte del ayuntamiento incoando un expediente para implementar la ciudad con lo que son farolas, o más bien faroles de aceite, pero con un sistema que incorporaba unos reflectores de latón que actuaban como espejo, ampliando el radio de acción de la llama, tanto en alcance como en intensidad.
A este momento, a esta década de los treinta, corresponde la factura de nuevos y necesarios puentes sobre el Ebro. El Ebro siempre ha necesitado muchos puentes pero en este momento los necesitaba mucho más porque solo disponía de uno, que era el de Piedra, ya que el puente de Tablas había sido destruido en 1801 por una feroz riada. El puente colgante sobre el Gállego, en 1850 permitiría un rápido acceso tanto a la huerta de Zaragoza como a la carretera de Barcelona, y el puente del ferrocarril, en la Almozara, o puente de nuestra Señora del Pilar, conocido como puente de hierro, fue construído ya a finales de siglo, en 1895. Muchos de los nombres de las 239 calles que había en 1860 en Zaragoza fueron cambiados en 1863 salvo en el casco antiguo que siguieron conservando, sobre todo, los nombres relativos a la gesta zaragozana frente a Napoleón; calle Asalto, Heroísmo, y otras. Salvo esas calles, las demás fueron rebautizadas y también fue de este año 1863 la numeración de las casas y la obligación, por normativa municipal, de rotular las calles.
Pero sin duda la gran novedad, el gran impacto del siglo XIX fue la llegada del ferrocarril en el año 1861. Eso va a convertir a Zaragoza en un nudo de comunicaciones en toda España y va a originar enormes cambios. En 1861 es la primera línea Zaragoza-Barcelona. En 1864 el tren entre Madrid y Zaragoza llega a la estación del Sepulcro, y ese mismo año se termina también la línea Zaragoza-Pamplona, que enlazará Madrid con Irún a través de nuestra ciudad. En 1887, por último, las estaciones del Norte y del Campo del Sepulcro deben unirse a las recién construidas de Cariñena. En total seis estaciones en Zaragoza a partir de 1860. Eso es esencial porque estas nuevas líneas ferroviarias y algunas de las fábricas que se instalaron en sus periferias dieron lugar a nuevos barrios. La vieja ciudad romana y medieval atraviesa ya lo que son los antiguos límites para extenderse al amparo del nuevo ingenio del ferrocarril y de las industrias que genera.
De tal manera, la Industria Química, instalada en la salida a Madrid, junto a la puerta de Sancho, dio origen a lo que hoy conocemos como barrio de la Química. La fábrica de cervezas La Zaragozana, celebérrima, comenzó a perfilar poco a poco el barrio de Miraflores, y así fueron tomando una primera forma, desde finales del siglo XIX, los barrios obreros zaragozanos; el de las Delicias, junto a la carretera de Madrid; el de San José, sobre la carretera de Castellón, enlazando con el de Montemolín, animado por la estación de Utrillas; los barrios de la Romareda y Miralbueno, al otro lado de la carretera de Valencia; Torrero; el Arrabal, en la salida de Huesca, potenciado desde 1895 por el nuevo puente de hierro. Estas primeras barriadas obreras en la periferia van a quedar comunicadas entre sí y por el centro por una red de tranvías, de mulas evidentemente.
Entre esas primeras fábricas, todos recordamos la de Maquinaria Aragonesa, de 1853, y las Industrias Averly, de 1863. Obligado es mencionar también el Banco de Crédito de Zaragoza, de 1875 y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, de 1876. Ya en 1877 tenemos instalados los primeros teléfonos en la ciudad con, nada menos que, quince abonados.
No quiso terminar Gabriel Sopeña sin hablarnos de otros grandes edificios construidos, tales como el Matadero Municipal, pues era algo que Zaragoza no tenía y de lo que también se quejaban los viajeros que venían aquí en el siglo XIX. Una ciudad que ya estaba caminando hacia los cien mil habitantes, que iba incrementando su población un cuarenta por ciento cada 25 años, y no tenía matadero como podían tener las grandes ciudades europeas. Se construye en 1885 y en 1893 se construye la Facultad de Medicina y Ciencias, ambas obras, y justo es reconocerlo y recordar su memoria aquí, de Ricardo Magdalena. En 1892 se reconstruiria la iglesia de Santa Engracia.
Hubo, como se ha visto, muchas construcciones; edificios; ferrocarriles; puentes; pero también hubo muchas destrucciones, que se cierran con la de la Torre Nueva, en 1892, pero que se abrieron mucho antes. Demolieron el monasterio de Santa Engracia en 1836; el derribo del Palacio de Torrellas en 1865; buena parte de la Aljafería en 1866; San Lorenzo y la puerta de Sancho en 1868.
Para concluir, Gabriel Sopeña izo referencia al testimonio de un viajero francés, Albert Germond de Lavigne, que viajó en torno a 1866 por España y Portugal, y dejó consigna de algunas de sus impresiones más interesantes, de aquellos lugares que le habían provocado más emoción e impacto. En concreto dejó en 1866 esta semblanza de Zaragoza: “Se sale de la puerta de Santa Engracia, todavía acribillada de balas y bombas, se atraviesa a lo largo la glorieta de Pignatelli y se cruza el Huerva por el puente de Santa Engracia. A la izquierda se sigue una hermosa avenida llamada el Paseo de las Damas, se remonta al final un pequeño curso de agua rodeado de árboles a cuyo lado pasa un camino que conduce al monte Torrero. Se sube hasta el Salón desde donde, al pie de la pequeña iglesia de San Fernando, se descubre toda la villa y toda la campiña de Zaragoza. Al otro lado de la colina se encuentra el pueblo, alegre y animado, con sus astilleros de construcción y reparación de los barcos empleados en la navegación por el canal. A la derecha está la Casa Blanca, embarcadero de viajeros y mercancías para el Bajo Ebro. Se regresa del monte Torrero a través de hermosos jardines; y vuelto a cruzar el Huerva cerca del presidio de San José, en entra en la villa por la puerta de Espartero“.
Llegados a este punto, el Director de la Fundación Casa de Ganaderos, Armando Serrano, nos anunció el comienzo del concierto, a cargo de jóvenes intérpretes, con algunos cambios de última hora sobre el orden inicial, quedando finalmente de la siguiente manera:
Vasilisa Kahn (violín), La Meditación de Thais. Thais es una ópera compuesta por Jules Massenet sobre un libreto del francés Louis Gallet basado en la novel Thais, de Anatole France, basado a su vez en la Thais histórica.
Elisabeth Barquero (violín), Nigun
“Improvisación“, (Bach). El caso de Bach es único en la historia de la música: ningún otro compositor ha dejado en las generaciones siguientes una huella tan profunda en el estilo, tan prolongada en el tiempo y tan apreciable en los oyentes. El dominio sin parangón del contrapunto y el carácter atemporal y abstracto que emana su música han sido fuente inagotable de inspiración. Hasta el extremo de que, como pocos otros autores, Bach ha traspasado las fronteras estilísticas para alentar reinterpretaciones en clave de jazz, con el carácter libre e improvisado que caracteriza a esta música.
Julia Morte (piano), Vals Caprice, (Schubert- Listz). Valse Caprices consta de nueve piezas modeladas en varios valses de Schubert. Estas son todo menos transcripciones literales de la música original. Listz agrega interludios o transiciones, cambia armonías, crea pasajes que imitan el material original y amplía o cambia una gran cantidad de otros detalles.
Javier Pomar (violin), Poéme, (Chausson).
Poéme, op25, es una obra para violín y orquesta, escrita por Ernest Chausson en 1896. Es un elemento básico del repertorio del violinista, muy a menudo se ha grabado e interpretado, y generalmente se considera la composición más conocida y amada de Chausson.
Juan Calavera, (piano), Mússorgsky, Cuadros de una exposición. Nº 9 La cabaña sobre patas de gallina “Baba-Yaga”. Nº 10, La gran puerta de Kiev. Es esta una famosa suite de piezas, compuesta por Modest Mússorgsky en 1874. Mússorgsky escribió la obra para piano, aunque ha sido conocida y más interpretada por la orquestación que el compositor Maurice Ravel hizo de ella en 1922.
Juan Laliena (violín), Habanera, (Sarasate).
La actividad de Pablo Sarasate como compositor escapa a la leyenda , puesto que sus obras están a disposición de todos aquellos que lo deseen. Entre sus obras más populares figuran la Fantasía sobre Carmen de Bizet, opus 25; los Aires Gitanos, opus 20; y una serie de piezas con fuerte inspiración folclórica española, como Malagueña, nº 1 opus 21, la Habanera, nº 2 opus 21, la Romanza andaluza, opus 22, el Zapateado, opus 23, y el Capricho vasco, opus 24.
Conjunto Pianístico : Juan Calavera, Julia Morte y J. Pomar, (piano seis manos), Lavignac.
Galop marche. En marzo de 1864, Lavignac, a la edad de 18 años, dirigió desde el armonio el estreno privado de Petite messe solennelle, de Gioachino Rossini. Su trabajo condensado, La Musique et les Musiciens, una descripción general de la gramática musical y los materiales, continuó siendo reeditado años después de su muerte. En él caracterizó las características particulares de los instrumentos y de cada tecla, de alguna manera en la forma que Berlioz y Gevaert (traité d´orchestration, Gand 1863, p,189) habían hecho.
Finalizó el concierto y hemos de resaltar que los jóvenes a los que habíamos escuchado no son profesionales de la música. En su mayoría compaginan su pasión con estudios acordes con su edad, desde bachillerato a estudios universitarios de Matemáticas, Física o Medicina.
Están dirigidos por los maestros Valeri Ghazaryan y Gayane Abrahamian , matrimonio de músicos armenios.Valeri Ghazaryan ha trabajado en la Orquesta de Cámara Estatal de Armenia, haciendo giras por todo el mundo. Gayane Abrahamian ha dedicado su vida a la enseñanza siendo, durante 15 años, jefa del departamento de piano de la escuela de música de Yerevan. Juntos han trabajado en Cuba y Armenia y, desde hace 24 años, residen en Zaragoza. Muchos de sus alumnos estudian actualmente en conservatorios y orquestas europeas.
Desde estas sencillas líneas felicitamos doblemente a Casa de Ganaderos, por sus ocho siglos de existencia y por la brillante organización del ciclo de conciertos conmemorativos. A la Comandancia Militar de Zaragoza y Teruel le damos las gracias por acoger este magnífico evento musical, dedicado la siglo XIX, que podemos calificar, sin duda, de exitoso.