Cuando los aniversarios se cumplen por siglos parece natual que adquieran una mayor relevancia, y así ocurre en el caso del Hospital Militar de Zaragoza, que cumple ahora 200 años.
Con tal motivo el Ateneo de Zaragoza organizó el pasado día 4 de abril de 2017 una magnífica conferencia titulada, «EL HOSPITAL MILITAR CUMPLE SU SEGUNDO CENTENARIO«, impartida por Luis Alfonso Arcarazo, coronel del Cuerpo Militar de Sanidad.
Tuvo lugar en la propia sede del Ateneo y reunió a numeroso público, entre el que pudimos ver a las siguientes personalidades:
Condesa viuda de Bureta, María del Carmen Izquierdo López, director del Hospital General de la Defensa en Zaragoza, coronel, José María Abad Royo, y otros médicos militares de alta graduación.
La Real Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil, (Delegación de Zaragoza), estuvo representada por Manuel Grao Rivas, Vocal de Comunicación.
Se inició el acto con unas palabras de presentación del conferenciante a cargo de Fernando Solsona Motrel, Doctor en Medicina, catedrático, Académico y escritor, que preside desde 1980 el Ateneo de Zaragoza, prestigiosa institución con más de 150 años de historia.
Señaló que desde hacía tiempo el Ateneo de Zaragoza esperaba tener entre sus conferenciantes al Doctor Arcarazo, médico militar por oposición y en la actualidad coronel en la Reserva. Sobre él dijo lo siguiente: «hemos seguido su buena racha de conferencias sobre historia de la medicina , hemos admirado mucho su trabajo y hoy, cuando hemos estudiado el currículum, hemos comprendido por qué ha realizado esa labor tan importante en la historia de la medicina. Ha trabajado mucho en la medicina militar, ha trabajado mucho en la medicina de Los Sitios, en la medicina en tantas situaciones que hemos contado con él para que nos hable, no de la medicina en campaña pero sí, de la medicina del Hospital Militar«.
Tomó la palabra el coronel Arcarazo para decir en primer lugar que los 200 años que ahora cumple el Hospital Militar, brindaban la ocasión para hablar de nuestros hospitales, pues Zaragoza ha tenido casi siempre una guarnición fija con asistencia sanitaria, que normalmente daba el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, situado en un principio en el Coso, y que ocupaba hasta la mitad de la actual Plaza de España.
Después de la Guerra de la Independencia, en la que había muchos hospitales de campaña en Zaragoza, uno de ellos sobrevivió en el Convento de los Dominicos de San Ildefonso, y ese es el que ha dado continuidad a 200 años de asistencia sanitaria continuada.
Convendría explicar, dijo Arcarazo, que la dinastía de los Borbones, a pesar de todo lo que se diga, modernizó la monarquía hispánica. Entre otras cosas modernizó el ejército y creó la sanidad militar actual que nosotros conocemos. Hay que pensar que la medicina de principios del siglo XVIII era muy deficiente. Los únicos universitarios eran los médicos, pero los estudios de medicina no tenían valor científico y de hecho la medicina era bastante inútil. Luego había un grupo muy grande de cirujanos que, al igual que los boticarios, aprendían con maestros; el maestro boticario o el maestro cirujano. Eran muchachos que aprendían el oficio pero tenían muy pocos conocimientos, y había un número muy limitado de cirujanos latinos, que habían estudiado en la universidad, y aquellos sí que eran capaces de hacer una amputación o pequeñas intervenciones quirúrgicas.
El hecho es que el Ejército, sobre todo la Armada, no encontraba personal sanitario adecuado y tenían que contratar cirujanos franceses, que tenían mejor formación pero que resultaban muy caros.
Entonces la Armada decide crear una academia, una escuela donde enseñar a cirujanos españoles un oficio que fuera útil, y la Marina, que para estas cosas ha sido muy aventajada, crea en 1748 el famoso Colegio de Cirugía de Cádiz. El resultado es tan bueno que en 1764 se creará otro colegio igual en Barcelona, con la particularidad de que aparte de crear cirujanos militares va a permitir estudiar a cirujanos para la vida civil.
Después vendría el colegio de Madrid, luego en Burgos…una serie de colegios que, a partir de la cirugía militar, van a renovar la cirugía española. Es decir aquel colegio de Cádiz es el inicio de la renovación y de la actualización de la cirugía española.
Eso creó enseguida un problema con el Protomedicato, que era la estructura sanitaria de mayor rango y adonde tenían que ir todos los médicos, los boticarios, los cirujanos, y durante unos años las parteras y los albéitares, (veterinarios), obligatoriamente a examinarse para obtener la Cartilla, que era la autorización para poder ejercer.
El Protomedicato advierte el peligro de que había muchos cirujanos que escapaban a su control pero, al ser la creación de estos colegios una cuestión Real, no pudieron tomar medidas en ese sentido. Aquellas promociones de cirujanos militares dan lugar a un escalafón, que es encuadrado en el Real Cuerpo de Cirujanos Militares. Ese es el origen de nuestro actual Cuerpo de Sanidad Militar, los Reales Colegios, y aquel escalafón.
A medida que avanza la medicina, también avanza la sanidad militar, y primero será el Cuerpo de Cirugía, después será el Cuerpo de Médicos Cirujanos y finalmente, en 1836, se crea el Cuerpo de Sanidad Militar, como ya lo conocemos.
Hay otro dato importantísimo con los Borbones, que son los hospitales militares. Los primeros hospitales modernos que tiene la monarquía hispánica son los hospitales militares, porque se dedican única y exclusivamente a la asistencia médica de los soldados, cuando la mayoría de los hospitales civiles solo eran asilos, lugares de hospitalidad donde recalaban las gentes que iban de pueblo en pueblo sin poder pagar la fonda.
Solo unos pocos de aquellos hospitales estaban medicalizados, con lo cual el concepto de hospital, en el siglo XVIII, no es el que tenemos nosotros, en cambio si que era el de los hospitales militares.
En el caso concreto de Zaragoza no sabemos cuantos hospitales militares ha habido, sin duda muchos, pero la mayoría de ellos desaparecían una vez finalizada la crisis que había motivado su creación. El más documentado es el hospital militar que traían las tropas castellanas que en 1691 ocuparon Aragón.
Aquel ejército de Felipe II traía una buena asistencia sanitaria, de hecho ocuparon varios hospitales de Aragón y pusieron sus hospitales militares.
Aquí en Zaragoza crean el Hospital General de Zaragoza, que no sabemos dónde estaba radicado. Ellos no construyeron nada y utilizaron el Hospital de Gracia o la Casa de Convalecientes.
Estuvieron tres años y se marcharon.
Los siguientes hospitales militares de los que hay constancia serán los de la Guerra de Sucesión, en la que se enfrentaron las casas reales de los Borbones y los Austrias. En Zaragoza hay un hospital militar, que es el de Gracia, que se hará cargo de la asistencia sanitaria de todos los soldados que intervienen en los combates. Hay constancia documental de que era tal el número de enfermos y heridos en el Hospital de Gracia que tuvieron que poner camas en Convalecientes, que era lo que ahora es el Hospital de Nuestra Señora de Gracia.
Una vez que termina la Guerra de Secesión, en el año 1719, pasado ya un tiempo, Felipe V ordena abrir un hospital militar fijo en Zaragoza.
Este es el primer hospital fijo, no de campaña, que se crea en Zaragoza cuando ya ha terminado la guerra y es simplemente para asistencia sanitaria. Hay una cerámica, que se conserva en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, que representa la fachada antigua de lo que era la Casa de Convalecientes, que posteriormente se transformaría en el Hospital Provincial. Este hospital militar, con médicos militares y, sobre todo, con cirujanos militares, estuvo en funcionamiento 23 años.
Cuando fallece Felipe V surge un problema, y es que su hijo, Fernando VI, reinó poco pero le dio tiempo de cerrar aquellos hospitales militares porque la Real Hacienda le había dicho que eran muy gravosos y costaban mucho dinero. Entonces en Aragón se cerraron dos hospitales militares, uno que había en Monzón y el de Zaragoza en 1742.
Esto tuvo un efecto beneficioso en el sentido de que todos los enfermos militares tuvieron que pasar a los hospitales civiles. Fue beneficioso porque el ejército firmó unos contratos por los cuales iba a pagar las estancias de los enfermos. La mayoría de aquellos hospitales de beneficencia se surtían de pequeñas donaciones particulares, de los ayuntamientos…malvivían. A partir de ese momento empiezan a recibir un dinero fijo de las estancias de los militares pero a cambio el ejército les obliga a mejorar la alimentación. Normalmente en los hospitales de beneficencia la comida de los pobres enfermos eran los productos que se retiraban de los mercados por estar en malas condiciones, como carne o pescado podridos.
El ejército obliga, primero, a que haya una ración como corresponde, y segundo y más importante, a que haya personal sanitario profesional en aquellos hospitales y que contrataran, al menos, un cirujano y un practicante de cirugía, que obliga a que aquellos hospitales se medicalizasen, ahora que contaban con buena financiación. El hospital de Zaragoza no necesitaba contratar a nadie porque tenía una plantilla de médicos y cirujanos suficiente.
Nos mostró Luis Alfonso Arcarazo la imagen de una cerámica que tienen ellos con el lema, DOMVS.INFIRMORVM.VRBIS.ET.ORBIS, por el cual se atendía a todo el mundo. Este Hospital de Gracia recupera a los militares y durante buena parte del siglo XVIII recibe una gran cantidad de dinero, de las estancias de los militares, hasta el punto de que hay salas para militares y hasta un Cuerpo de Guardia, para poner orden. El Hospital de Gracia los atiende estupendamente pero en 1792, cuando había que renovar el contrato de asistencia a los militares, la Real Hacienda vuelve a decir que le resulta caro y que hay que sacarlos.
Entonces es cuando sí que se complican las cosas porque obligan a los regimientos a crear una enfermería regimental.
Las enfermerías que todos hemos conocido en los cuarteles son de esa época, y eso fue un problema porque las cosas cambiaron radicalmente. En Zaragoza la cosa se solucionó a medias creando, por lo menos, una enfermería militar en el Cuartel de Convalecientes, que era un cuartel municipal construido por el Ayuntamiento de Zaragoza con sus fondos de propios, porque tenía el problema permanente de que llegaba de repente una Unidad Militar y había que alojarla.
La Aljafería estaba llena y tal como estaba entonces tampoco podía albergar a muchas gentes, gentes que empezaron a repartir por las casas de los vecinos, solución que planteaba infinitos problemas.
El Ayuntamiento construye un cuartel que se llama de Convalecientes, que era un cuartel normal y corriente, llamado así por estar en la calle de Convalecientes, que es la actual calle de la Madre Rafols. En 1792 tienen que evacuar a todos los enfermos que había en el Hospital de Gracia y meterlos en aquellas enfermerías, que en el mejor de los casos estarían cuidadas por un cirujano militar.
La monarquía hispánica decide en 1793 declarar la guerra a la Convención Francesa, con el resto de monarquías europeas porque aquello de decapitar a los reyes era un mal precedente y había que cortarlo de raíz.
El Rey Carlos IV declara la guerra a la Convención Francesa y organiza tres ejércitos. Uno estará en el Pirineo Navarro, otro en el Pirineo Aragonés y otro en Cataluña. Aquellos ejércitos, muy improvisados, se desplazan al Pirineo y tenemos constancia de que estaban abandonados a su suerte, en el sentido de que fueron a unas zonas muy inhóspitas donde prácticamente no había población y lo que había eran poblaciones muy pequeñas, en muy malas condiciones y por supuesto sin ninguna asistencia sanitaria. Algún pueblo tenía contratado a un cirujano que era el que atendía a los pobres soldados en los Pirineos.
La guerra fue un desastre, se perdió estrepitosamente y la cuestión es que empezaron a llegar enfermos y heridos desde el Pirineo a Zaragoza porque no había donde atenderlos.
El Hospital de Gracia se da cuenta de esta situación y, viendo la posibilidad de recuperar a los enfermos militares, oferta asistir a los enfermos y heridos de los tres ejércitos, el navarro, el aragonés y el catalán. Por lo menos el Capitán General de Aragón toma la palabra y aquellos pobres soldados vuelven al Hospital de Nuestra Señora de Gracia.
El Hospital de Convalecientes es el Cuartel de Pontoneros, que la mayoría hemos conocido como Cuartel de Sangenis, del cual quedan dos edificios, la portada antigua del siglo XVIII, que se ha conservado, y dos pabellones que el Ayuntamiento no sabe muy bien qué hacer con ellos.
El siguiente paso, horroroso, es la Guerra de la Independencia. El emperador Napoleón se percata rápidamente de que Carlos IV y su hijo Fernando VII no son de fiar y les obliga a abdicar y pone a su hermano José Napoleón I. Comienza la Guerra de la Independencia y un núcleo de resistencia importantísimo va a ser Zaragoza. Aquí se organiza una defensa, de aquellas maneras, pero de ningún modo se prevé la asistencia sanitaria de los heridos, pensando que para ello ya está el Hospital de Gracia que se encargará de ellos, y así fue porque el hospital duplicó el número de camas para atender a los heridos e hizo su trabajo muy bien.
El problema surge cuando el ejército francés de Andalucía es derrotado en Bailén, porque los franceses se tienen que replegar a la izquierda del Ebro, y entonces al ejército que está sitiando a Zaragoza le avisan de que, o toman Zaragoza o se tienen que replegar porque los españoles están subiendo desde Andalucía y les van a atacar de flanco. Entonces el ejército imperial que sitia Zaragoza hace un último intento previo de cuatro días de bombardeo intensísimo, donde uno de los objetivos es el Hospital de Gracia, ¿ por qué?, pues porque era una forma de causar pánico sabiendo que, si en el Hospital de Gracia había 1000 enfermos y heridos, si lo bombardeaban iban a causar el caos.
En un estupendo grabado de Gálvez y Brambila, nos mostró Arcarazo la fachada al Coso, y a la derecha las ruinas de la Cruz del Coso, que estaba enfrente del Teatro Principal. Hubo que evacuar deprisa y corriendo a 1000 pacientes, en carros, en camillas y en brazos, y ¿a donde los llevamos?, el Estado no tenía otro sitio pero echa mano de la Lonja, de la Diputación del Reino y de las casas de la ciudad.
Vimos en un plano el barrio del Arrabal, el Ebro, el Puente de Piedra, y por ahí, en el suelo, depositaban a los enfermos y a los heridos. Siguen los combates en Zaragoza, los franceses consiguen entrar por Santa Engracia y entran al Hospital Nuestra Señora de Gracia por las huertas, desde el Huerva, de forma que el frente es el Coso. En las casas de la derecha, en la fachada del hospital estaban los franceses disparando y en las casas de enfrente los españoles, y lo que hoy es la avenida, era tierra de nadie. El General Palafox mandó pegar fuego al hospital. Prendió en los pajares y ardió todo el hospital. Se perdió todo, la ropa, los productos de farmacia, la botica y los libros, que es lo que a nosotros nos interesa cuando rebuscamos entre la documentación. Los franceses se tienen que retirar porque no han conseguido ocupar Zaragoza y la nueva Junta de Sanidad que se crea se va a encontrar con más de 1000 pacientes repartidos por varias casas, tirados por los suelos, y el personal del hospital que tiene que atenderlos ha de ir casa por casa.
Entonces buscan un edificio público que pudieran utilizar y encuentran la Real Casa de la Misericordia, el edificio Pignatelli, donde está el Gobierno de Aragón actualmente. Hacen otra evacuación y se van a llevar para allí a todos los pacientes con lo cual por lo menos están reunidos en un solo sitio y los médicos, cirujanos y practicantes no tienen que andar por las calles para atenderlos porque están todos juntos en este gran edificio, pero todos en el suelo porque no tienen camas.
Esto ocurre en agosto, en septiembre va reduciéndose el número de enfermos y heridos, pero en octubre cuando empieza el frío, los médicos empiezan a detectar que este hospital tiene ya demasiados pacientes con fiebres. Hacen un informe y le dicen a la Junta de Defensa que sospechan que hay una epidemia de tabardillo pintado, nombre dado entonces al tifus exantemático.
Lo normal es que el General Palafox, ente esta evidencia, hubiera sacado a la tropa de la ciudad, hubiera dejado la ciudad y se hubiera retirado con el ejército, pero él tenía la experiencia del Primer Sitio y estaba convencido de que iba a derrotar a los franceses en un Segundo Sitio.
Aquello no ocurrió así porque el tabardillo pintado causaba tal cantidad de enfermos que el Hospital de la Misericordia, antes de empezar el Segundo Sitio, ya se había llenado de pacientes.
De hecho la madre Rafols hablaba de que tenía a pacientes en las bodegas del hospital tirados en el suelo. Entonces van a desdoblar el hospital. Van a coger a todos los pacientes civiles y los van a llevar a la Casa de Convalecientes. Este es el inicio del actual Hospital de Nuestra Señora de Gracia, el edificio de Convalecientes.
Posteriormente, muy pocos días antes de empezar el Segundo Sitio, el Hospital de la Misericordia se tiene que desdoblar porque quieren separar a los heridos de los enfermos de fiebre, y buscan un gran convento que es el de San Ildefonso, que está próximo al hospital.
Ocupan el Hospital de San Ildefonso, lo llenan de heridos y se transforma en hospital de sangre, que lejanamente será el inicio del Hospital de Zaragoza.
A principios del Segundo Sitio morían de fiebre 50 personas al día, y a finales de enero de 1809, morían 300, con lo cual la guarnición de Zaragoza se vino a menos. Este hospital también fue bombardeado por los franceses, que tenían verdadera predilección por bombardear nuestros hospitales. Aún ahora se pueden ver, en el crucero de la iglesia de Santiago, las huellas de los impactos de la artillería francesa, que muchos creen fueron producidos durante la Guerra Civil.
La ciudad se tuvo que rendir porque se había quedado sin guarnición y los franceses cuando entran en ella se encuentran con un verdadero horror, más de cincuenta hospitales de circunstancias llenos de enfermos de tifus exantemático, prácticamente sin asistencia sanitaria, a los que se les daba una tisana en el mejor de los casos, y 13000 enfermos repartidos por medio centenar de casas. Cuando hacen la primera estadística se dan cuenta de que en Zaragoza había, en diciembre, 100.000 personas, entre vecinos y defensores, y de ellos habían muerto 53000. Los generales franceses, hombres curtidos, que venían de combatir por toda Europa, dejaron escrito que núnca habían visto nada igual.
Ellos reorganizaron la asistencia sanitaria en Zaragoza y lo primero que hicieron fue coger a todos los enfermos de fiebre y juntarlos en un convento, que era el de San Lázaro, junto al Puente de Piedra. En la arboleda de Macanaz hay localizadas, al menos, dos fosas comunes con cientos y cientos de muertos como consecuencia de las fiebres.
Los franceses mantienen el hospital civil en el Hospital de Convalecientes y el hospital militar en la Casa de la Misericordia. Ellos tendrán sus propios médicos y cirujanos, y la sanidad civil de Zaragoza solo intervendrá en prestarles algo de mobiliario, pero serán sus oficiales de salud quienes atiendan a sus pacientes.
En 1813 los franceses tienen que abandonar la ciudad porque no pueden resistir más, y cuando entran los españoles lo que hacen es mantener aquella situación de un hospital civil y otro militar, hasta 1816.
Cuando ya termina todo el período napoleónico y Europa se pacifica, las autoridades civiles de Zaragoza le dicen al ejército que vayan dejando la Casa de la Misericordia porque la necesitan para sus fines propios. En este momento el ejército vuelve a ponerse en contacto con los frailes Jerónimos, que eran los dueños del convento de San Ildefonso, y les alquila una parte del mismo.
En 1817, definitivamente dejan la Misericordia, y también en 1817 se crea un pequeño hospital militar en una parte del convento de San Ildefonso, que es el origen del Hospital Militar, porque sin solución de continuidad ya habrá un hospital militar en Zaragoza. El edificio será desamortizado en 1820, pasando a Bienes Nacionales, y en 1842 de forma definitiva se cede al Ramo de Guerra, pero el hospital ha estado siempre en ese local.
Quiso hacer, el coronel Arcarazo, un pequeño paréntesis para comentar cómo funcionaban la Sanidad Pública y Militar, sobre todo a mediados del siglo XIX. Hay un momento importantísimo, dijo, que es la Ley de Beneficencia de 1849 y su Reglamento de 1852, ya que por esa ley el Estado va a hacerse cargo de todas las instituciones benéficas, de todos los pequeños hospitales que había en los pueblos y también de los grandes hospitales, de hecho el Hospital de Nuestra Señora de Gracia pasa a ser del Estado. Es un momento importante porque es el inicio de la asistencia pública moderna, el Estado se hace cargo de la asistencia pública, porque hasta ese momento el Estado no era responsable de la asistencia sanitaria de los habitantes, eran los ayuntamientos, eran las parroquias, había una serie de instituciones benéficas, pero no era responsabilidad del Estado.
La sanidad militar también evoluciona y, como se ha dicho, primero se crea el Cuerpo de Médicos Cirujanos del Ejército, y en 1836 se crea el Cuerpo de Sanidad Militar, todavía con Medicina, Cirugía y Farmacia, aún no se habían fusionado las carreras. El Reglamento de Sanidad Militar de 1855 tiene un dato importante y es que abre los hospitales militares a las familias de los militares.
Eso significa que han de tener salas para mujeres y salas para niños, y además esto es un ejemplo importante para la población civil. En España nadie quería ir a un hospital de beneficencia porque eso era admitir que se era pobre de solemnidad y además te daban de comer carne podrida. El hecho de que el colectivo militar y sus familias sí que fueran a un hospital militar y les atendieran e ingresaran empezó a cambiar la mentalidad de los españoles.
Apenas hay documentación de cómo funcionaba este hospital pero sabemos que el Reglamento , la Ordenanza para Hospitales Militares, era la que regía, con lo cual tenemos claro que el director era un Comisario de Guerra, que llevaba toda la gestión administrativa; que había por lo menos un médico; que había un cirujano mayor, un boticario, mozos de clínica y personal civil.
El primer documento que encontramos del Hospital de Zaragoza lo hallamos en el archivo municipal de Barbastro. Durante la Primera Guerra Carlista el hospital se satura de enfermos y de heridos y se queda sin recursos.
Entonces mandan una carta, entre otros, a este ayuntamiento que era uno de los más importantes de Aragón. En aquella carta se decía, «el Hospital Militar de Zaragoza, allí donde se recogen nuestros valientes soldados que han derramado su sangre dando días de gloria a la Patria, carece de todo lo necesario«.
En la carta pedían dinero, pero sobre todo sábanas, hilas, trapos y demás, es decir estaban en situación crítica. Hay una descripción de este hospital, que hace Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico Estadístico, muy pormenorizada, incluso de la plantilla, en la que se habla de que el claustro se había transformado en un jardín estupendo y que en 1835 el ejército había ocupado todo el convento porque tenía 700 camas, lo cual era una barbaridad para aquel momento.
Casi 100 años después de aquel Reglamento del siglo XVIII se decide hacer un nuevo Reglamento de Hospitales Militares, que es el de 1873. El cambio sustancial de este reglamento es que los médicos militares van a ser ya los directores de los hospitales, y aquel reglamento vuelve a recordar el trabajo en los hospitales. Dice que se pasarán dos consultas al día, una por la mañana
y otra por la tarde, el médico y el cirujano. Las sangrías y las curas se harán inmediatamente después de la visita de por la mañana. Los sanitarios acompañarán siempre al médico y al cirujano.
Uno de ellos llevará dos libretas, en una se apuntará la alimentación del paciente y en otra su medicación.
Citó, Arcarazo un libro, que dijo ser magnífico, de fotos militares de finales del siglo XIX, del que nos mostró una diapositiva en la que se ven cuatro imágenes. En la primera el médico pasa consulta, a la derecha de la cama está el cabo de sala, y al pie de la cama el sanitario tomando nota. En la segunda vemos un quirófano, en el que los cirujanos llevan una especie de delantal, y se puede apreciar la existencia de una lámpara de petróleo, aunque aquellos quirófanos se iluminaban con luz natural.
La siguiente imagen nos muestra los soldados de la Brigada Sanitaria, haciendo prácticas con las camillas, y en la última foto vemos una Caja de Reclutas, donde hay un médico y un practicante del ejército revisando a los quintos.
Nosotros lo que revisamos es el espacio y vemos que hemos agotado el nuestro. Muchas más cosas nos contó el doctor Arcarazo, pero hemos de poner punto final a esta crónica y lo hacemos esperando haberles transmitido a ustedes, queridos lectores que nos siguen, la esencia de todo lo que escuchamos. Felicitamos al Ateneo de Zaragoza, en la persona de su director, Fernando Solsona, por esta feliz iniciativa, y al doctor Luis Alfonso Arcarazo por habernos regalado tan magnifica conferencia.